Capítulo 2

lunes, 24 de agosto de 2009

 

Me levanté tarde, como siempre. No había oído el dichoso despertador pero por suerte había pasado un avión (otro, sí) y me despertó. Tuve la idea de ir a quejarme al ayuntamiento o a quien fuese porque eso no era normal. Aviones a todas horas.
Pero no era el momento. Hoy era el entierro de la tía Susana y ahí debía estar yo, como buen sobrino.

La verdad es que no había tenido mucho trato con ella, incluso estando éstos últimos días ingresada en el hospital fui a verla un día solamente, y porque me lo pidieron mis padres. Según ella tenía unos dolores de cabeza horribles y continuos desmayos. Esas eran sus únicas dolencias y los médicos pensaron que tenía jaqueca y la tensión baja, pero no mejoraba con todo lo que le dieron y al final pues... Lo que ya sabes.

Picaron a la puerta y yo aún estaba a medio vestir. Grité "VOY" mientras aún me iba abrochando los pantalones por el camino hacia la puerta.

Suponía que eran mis padres, así que abrir sin mirar. Para mi sorpresa, no eran ellos, si no la vecina de enfrente. Había llegado a mi bloque no hace mucho y siempre cruzábamos miraditas cuando nos encontrábamos en las escaleras o el ascensor, pero ella estaba casada.

-Hola- me dijo mientras posaba apoyada al marco exterior de la puerta. Iba con un camisón semitransparente y, si mi vista no me fallaba, sin nada debajo...
No dije nada, y ella siguió:
- ¿Te importaría ayudarme a una cosa? No está mi marido y tengo un problema con un grifo...
Intenté contener mi instinto y aunque sabía que me arrepentiría, le dije:
- Ahora mismo no puedo, tengo prisa, lo siento.
Se abalanzó sobre mí y mientras me apretaba el paquete con una mano, me dijo:
-¿Seguro?

Cogí las llaves a toda ostia, pegué un portazo que tuvo que despertar a todos los vecinos que aún durmiesen y entramos en su casa. Instantes después nos encontrábamos haciéndolo salvajemente sobre la mesa del comedor. En una de las embestidas un jarrón que tenía sobre la mesa cayó al suelo rompiéndose en mil pedazos. Eso creo que la excitó más todavía, ya que me clavó las uñas con más fuerza en mi espalda.

A todo ésto, como puedes imaginar, había olvidado por completo el entierro de mi tía y que mis padres me vendrían a buscar... ¡hace 25 minutos!

Al ver la hora me vestí y salí pitando del piso mientras ella me maldecía e insultaba por haberla dejado a medias con las piernas abiertas sobre la mesa.

Imaginé que mis padres ya debían haber pasado a recogerme y se habrían marchado por lo que fui directamente hacia el coche para intentar ir yo mismo hasta el cementerio.

Abrí el coche (por suerte llevo las llaves de casa junto a las del coche) e intenté llegar al cementerio por mi cuenta. No sabía realmente en cual la iban a enterrar, ya que mi madre no me lo había dicho, pero lo imaginaba, ya que supongo que la enterrarían junto a mi tío.
Llegué tarde, como era de esperar, pero por lo menos supe que era el cementerio correcto ya que reconocí el coche de mi padre aparcado en la entrada.

Aparqué donde pude y fui hacia adentro. No sabía que excusa iba a poner pero bueno, improvisaría sobre la marcha.
Al llegar a la lápida de mi tío la escena era, cuanto menos, extraña. No había nadie. La lápida estaba abierta (lógico, tenían que meter a mi tía con él) pero no había nadie por los alrededores. Miré dentro y estaba el que supuse que era el ataúd de mi tío. Tampoco quise mirar mucho, la situación de mirar en la tumba de un familiar no era agradable.

A pocos metros de allí se encontraba el ataúd de mi tía. Pude saber que era el suyo ya que le habían grabado el nombre en letras doradas y la verdad es que resaltaban muy bien el color de la madera, aunque a ella dudo mucho que le importase eso ya.
El ataúd de mi tía estaba abierto, pero nada dentro.

Todo el conjunto era extraño. Era como si el entierro hubiese dado comienzo, pero lo hubiesen dejado a medias por algo. No entiendo mucho de entierros, pero no me pareció muy normal.

Me giré y pude ver como a lo lejos venía alguien. Se acercaba con paso lento, pero constante. Cuando se acercó un poco más pude reconocerlo. Era mi padre. Esa camisa de cuadros sólo se atrevería a llevarla él. Parecía desorientado, diría que aún ni me había visto pese que avanzaba más o menos hacia mí.

Para llamar su atención grité -¡PAPÁ!- sin acordarme que me encontraba en un cementerio y, en teoría, se debe guardar silencio.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Pero que haces insensato! ¡ No grites papá, que ese tiene de tu padre lo mismo que yo de Carmen de Mairena! ¡corre Mort!
Muy currado tio, aunque creo que hay una parte un poco X,¿eh? Jaja

PD: Glaerd

Forko dijo...

Muy bueno Mort,

No hagas caso a glaerd, que esta muy bien esa parte XD.

A mi me tienes enganchado ya jeje.

A la espera del 3.

Saludos