Capítulo 6

lunes, 5 de octubre de 2009

 

No dije nada. No me salían las palabras. Él prosiguió:

- Hemos hecho lo que hemos podido. La infección era muy grande. Debió haber venido antes y no dejar pasar tanto tiempo.
- Pero si se lo acababa de hacer...

Me miró extrañado, como si no comprendiera lo que le decía. Se oyó como dentro caían cosas, como si alguien tirase todo el instrumental médico por los suelos. Para entrar simplemente había que empujar una de esas puertas dobles de los hospitales que se abren en los dos sentidos; y eso hizo un médico, empujó las puertas, golpeando a su colega que hablaba conmigo, y salió corriendo.

La gente miraba extrañada y murmuraba. Algunos incluso empezaban a salir de allí. Era gracioso ver como gente que se estaba quejando de un dolor insufrible (seguramente para obtener algún tipo de baja o invalidez) ahora caminaba sin problemas hacia la salida.

Se oían golpes sobre la doble puerta y poco a poco se iba abriendo. Cuando pude ver quien o que intentaba abrirla, me di cuenta que era mi padre. Iba empujando la puerta con la cabeza y los hombros. Poco a poco la iba abriendo más, hasta que consiguió salir.
Cayó hacia adelante por la inercia que llevaba. Intentó ponerse en pie torpemente y, cuando lo estaba consiguiendo, las puertas volvieron golpeándolo y haciendo que cayese de nuevo.

Todos estábamos espectantes sin saber bien qué pasaba. La herida de su brazo estaba de color negro pero ya no inflamada.
El médico se volvió y con voz cortada le preguntó si se encontraba bien. Mi padre terminó de incorporarse y alzó la mirada hacia el médico. Sus ojos eran negros completamente, algo rarísimo ya que él tenía los ojos claros.
Agarró al médico por la bata, tiró de él y le mordió la cara. Todos empezaron a gritar e intentaron salir corriendo.
Nadie intentó ayudar al médico, nadie excepto yo y, si te soy sincero, simplemente lo hice porque el atacante era mi padre y eso hizo que me sintiese obligado a intervenir.
Ambos forcejeaban y la sangre brotaba del rostro del médico.
Me situé tras mi padre y con mis brazos rodeé los suyos y su cuerpo. Cuando lo tenía bien cogido tiré de él y al segundo tirón la bata del médico se rasgó y pudo soltarase.

Ya no quedaba nadie allí. Sólo nosotros tres y una chica que estaba agachada tras el mostrador de información hablando por el móvil.
El médico se tocó la cara y se empapó las manos de sangre. Tenía rota la nariz, un párpado le colgaba y una de las mejillas estaba magullada.

Yo seguía sujetando a mi padre y pidiéndole que se calmase pero no dejaba de intentar soltarse.
El médico cayó al suelo inconsciente; había perdido mucha sangre.

Mi padre pegó un tirón hacia adelante y se soltó. Yo caí de bruces al suelo. Se agachó y empezó a morderle la cara de nuevo al médico. Era horrible. Lo peor que había visto en mi vida y eso que no me consideraba una persona especialmente sensible. El médico tuvo un par de espasmos cuando mi padre le mordió el cuello, pero no se volvió a mover más. La sangre salía del cuerpo del médico al ritmo que su corazón latía. Me levanté y propiné una patada a mi padre y le hice caer hacia un lado.

Se levantó y empezó a dirigirse hacia a mí, miré al médico al que ya no se salía la sangre a borbotones del cuello, simplemente iba fluyendo, por lo que deduje que su corazón había dejado de latir.

Empecé a retroceder pero él no tenía intención de parar. Estaba acorralado ya que la puerta estaba justamente tras él.
Ya lo tenía muy cerca y lo iba apartando a patadas, pero él siempre seguía avanzando. Tras unos minutos comencé a estar exhausto. Era como golpear un saco de boxeo, tu te cansabas, pero él no.

Cuando ya estaba apunto de rendirme alguien entró, ordenó a mi padre que se detuviese y, al ver que no lo hacía, levantó su arma y disparó. Fue una sensación extraña. Por una parte me había salvado la vida, pero por otra había matado a mi padre, o a lo que quedase de él en ese cuerpo.

El cuerpo cayó hacia a mí, con un orificio que le traspasó casi por completo ya que se veía sangre en su pecho, bajo la camisa.
Dejé caer el cuerpo y fui hacia los policías que estaban allí, en la puerta.
La chica que había bajo el mostrador salió y vino hacia nosotros pero el médico la cogió por una pierna y le mordió. La chica soltó un grito y los policías fueron a ayudarla. Yo les advertí que no se acercasen, pero no me escucharon o no quisieron escucharme. Lograron soltar a la chica y el médico se levantó, sin rostro y con un agujero en el cuello, para dirigirse hacia ellos.

No sabían qué hacer. Era imposible que ese hombre estuviese vivo y sin embargo estaba avanzando hacia ellos con los brazos en alto.
Al mismo tiempo, mi padre empezó a levantarse.

La chica salió corriendo de allí y huyó. Los policías daban el alto al médico sin darse cuenta de que mi padre se les echaba encima. En pocos instantes tenían a los dos encima y empezaron a forcejear. A uno se le cayó el arma y el otro disparó contra el médico pero éste simplemente retrocedió un poco por el impacto de la bala en su pecho.

Yo salí de allí cagando leches. "Eso" ya no era mi padre y la valentía no es una de mis fuertes, así que me dirigí hacia el coche. Arranqué y tiré calle abajo, por donde pude ver a la chica de antes. No tenía buen aspecto, seguro que en no mucho tiempo sería una de esas cosas e infectaría a más gente.

2 comentarios:

Abel dijo...

joder jose: osea q de un simple mordisco del padre-zombi al médico ya le rompe la nariz, le cuelga un parpado y le desfigura la mejilla.
No eres mas sádico pq tu imaginación no llega a +, o si...

Jose dijo...

Tu no has visto la cara de alguien a quien un perro le ha pegado un bocao ¿no? Si lo ves no pensarás ni mucho menos que eso es exagerado.